Basada en una novela de Peter Godfrey editada por Mondadori y Debolsillo entre otros.
En
1974, Joseph Sargent realizó una excelente versión de esta misma historia en
base a un impecable guión del mítico Peter Stone (recordemos que también
escribió Charada) dando como resultado una excepcional película con armas bien
camufladas en el entorno urbano y en su sorprendente originalidad. En esta
ocasión, el guionista Brian Helgeland reinventa la historia, la adapta a los
tiempos modernos y nos sirve un espectáculo que tiene su próxima parada en
plaza acción.
Y
es que esta versión de la novela de John Godey tiene grandes virtudes y se
duele de algunos defectos que parten, principalmente, de la errática dirección
del hermano menos listo de Ridley Scott, Tony. Sí, hombre, ese tipo tan
aficionado al video-clip, a las luces de colores y al ambiente lleno de humo en
cualquier historia que lleve su firma. Aquí se desprecian algunos puntos
fuertes de la primera versión (de la que se hizo en 1998 para televisión con
Edward James Olmos y Vincent D´Onofrio mejor ni hablar) como el dinamismo que
impregnaba la entrega del dinero y el manejo maestro de un guión que
entrecruzaba muchas líneas paralelas y, en cambio, se incluyen algunas escenas
que se atreven con cierta osadía a aportar algo a la historia original.
Es
evidente, por ejemplo, la tensión respirada en la fantástica escena en la que
Travolta (desencajado en un histrionismo que el personaje no pide) obliga a
confesar a Washington (algo torpe intentando dar algo de vida a un hombre
corriente que es un héroe permanentemente puesto a prueba) el punto más bajo de
su carrera profesional. Se abren nuevas vías en cuanto a la psicología de los
personajes dibujándonos a un malvado de inteligencia claramente perversa,
proveniente de un ambiente de las altas finanzas y a un bueno que se ve
involucrado en el secuestro de un vagón de metro simplemente porque estaba en
un lugar que no le correspondía.
Sin
embargo, se desperdicia el impecable retrato de los rehenes que Sargent y Stone
trazaron en su versión para que aquí sean simples peones del juego del tira y
afloja que emprenden los protagonistas. Y es que las vías del metro, en muchas
ocasiones, poseen tantos cambios de aguja como sentidos tiene la vida. Hombres
que roban son acusados, mientras que hombres que roban a lo grande, son respetados
a lo grande. Es la historia de todo aquello que está en lo alto y que jamás se
apeará y de lo demás, que crece desde el fango y volverá allí, tal vez con un
fiero tatuaje como prueba de que el infierno también existe en el suburbano.
Helgeland,
en su importante guión, no tiene mucho cuidado en caer en situaciones algo
ilógicas, lo que realmente le importa es el pecado y la redención, y entre esas
estaciones nos brinda un espectáculo de acción convenientemente alterado para
que los que hayamos visto la inolvidable primera versión vayamos a ver una
película que es totalmente diferente, pero no necesariamente mejor.
Así que tengan cuidado de no introducir el pie entre coche y andén.
Antes de entrar, dejen salir. Olviden en el torniquete de entrada algunos prejuicios
y hagan que el trayecto hasta plaza acción sea lo más trepidante posible. Es
posible que por el camino no haya ninguna luz roja y la trama caiga
desbordándose por los rieles del descuido, pero por el precio de un viaje en
metro no pueden pedir nada más. Confíen en ese individuo sin nombre ni futuro
que está al otro lado del micro intentando poner orden en un mapa caótico de
una ciudad que, de grande, tiene los cimientos corrompidos. Aún hay alguien que
hará lo necesario para detener a esos tipos que van por ahí creyendo que todo
es una teoría de la conspiración urdida contra ellos. Próxima parada: Plaza
Acción. Correspondencia con línea Cine. Les rogamos que comprueben sus billetes.
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