Sucios nazis pueblan la superficie de nuestra vida contemporánea. El peligro está ahí mismo, en símbolos de rayos que relampaguean en cuellos que gritaron odio. Y un hombre estará dispuesto a todo con tal de llegar al final y destapar los entresijos de una organización que da cobijo a todo aquel que sirvió bajo las terribles insignias de las SS.
Frederick Forsyth escribió una novela espléndida con esta premisa, hizo toda una descripción de una Alemania que ya se presentaba como inocente de toda culpa, como si el cambio generacional fuera el detergente que lavase todos los crímenes en nombre de una raza. Sin embargo, ponía el dedo en la misma llaga del silencio. Y esa misma nueva generación, la que calla y se avergüenza y que, tal vez, calla porque se avergüenza, es la esperanza que se ve ahogada por el encubrimiento, por el cerrar los ojos como sinónimo de un problema que nunca existió, por la cobardía de no enfrentarse con realidades infrahumanas.
Así pues, un periodista con vocación de investigador, con una cierta deuda con el pasado, decide comenzar a desenredar el ovillo que le lleve al mismo meollo de una trama bien organizada y de una organización secreta que hace que el sueño del renacimiento del nacionalsocialismo sea algo más que un simple deseo.
Sin duda, el hecho de llevar a la pantalla Odessa vino de la mano del tremendo éxito que supuso un año antes la extraordinaria adaptación que Fred Zinnemann hizo de otro de sus libros, Chacal. Tampoco cabe la menor duda de que Ronald Neame, realizador de ésta, no es Zinnemann pero sabe cumplir con oficio un guión brillantemente trasladado a imágenes conservando momentos de tensión realmente destacables y con un final que, además de sorprendente, es una muestra de dirección encarrilada en los mismos raíles del miedo.
Jon Voight, el actor que hace de periodista, realiza una convincente interpretación ayudado por un físico ario que realza aún más el desarrollo intangible de la trama oculta que acarrea la película. A su lado, Maximillian Schell hace uno de tantos impecables papeles de ambigüedad calculada en medio del arco que va desde El baile de los malditos, de Edward Dmytrik en los años cincuenta, hasta la impresionante interpretación de El hombre de la cabina de cristal, de Arthur Hiller, ya a finales de los setenta. En cualquier caso, la película arrastra pendiente abajo con los hilos de una trama fortificada tras cruces de hierro y saludos del propio miedo. Odessa, de hecho, ha sido una película de referencia a posteriores producciones que avisaban de que el nazismo no había acabado con la guerra y que siempre será una amenaza difícil de atisbar y complicada de exterminar.
No aparten la vista de la película. No comenten. Dejen que la historia les absorba por completo. Quizá puedan llegar a sorprenderse si se dan cuenta de que están rodeados de oficiales vestidos de gris y coreando consignas de racismo y odio que forman parte de la vergonzante historia de la Humanidad. La respuesta está ahí delante.
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