Basada en el libro "Adiós, muñeca", de Raymond Chandler, editado por Alianza Editorial.
Ya desde el plano inicial, nos damos cuenta de que no nos vamos a encontrar ante una película cualquiera. Desde el cenit de la visión de la cámara, unas manos y unos cuantos sombreros de ala ancha discuten bajo la intensa luz de flexo solar. Harry Wild, una de las insignias de la fotografía del cine negro junto a otros nombres como Nicholas Musuraca y James Wong Howe y responsable de otras fotografías de clima y obsesión como Una aventura en Macao, de Josef Von Sternberg o La mujer en la playa, de Jean Renoir, se hace cargo de las luces y sombras de esta historia dirigida por un hombre ducho en los terrenos del expresionismo urbano al que nos condenaron todas estas historias de crímenes extraídas de los salones de té por autores de la talla de Dashiell Hammett, Raymond Chandler o Ross McDonald.
Las mujeres, retratadas de la forma más luminosa a pesar de la oscuridad que siempre envuelve sus apariciones son misterios envueltos en enigmas dentro de acertijos que siempre un tipo con sombrero de ala ancha y honradez incorruptible es capaz de descifrar. En el género negro, género difícil de delimitar en unas fronteras áridas y oblicuas de la maldad humana, se dan cita siempre las mujeres equívocas, el enredo de nombres que hace que, quizá, lo que menos te importe sea el argumento sino lo que está pasando en el momento, la fotografía de tintes claroscuros, la planificación cuidada con picados, contrapicados, grandes angulares y profundidades de campo para dar aún más la impresión de lo obtuso de ese mundo que nos están mostrando. Wild, bajo las órdenes de Dmytrik y de unos cuantos más, fue una de las insignias más preclaras de este tipo de cine que retorcía sus argumentos hasta exprimir el jugo de nuestras más inocentes preocupaciones. Nunca sabes muy bien qué va a pasar a continuación por la sencilla razón de que tampoco has asimilado muy bien lo que ha pasado un instante antes. Los ojos de los héroes se hallan escondidos en sombreros de ala ancha, y el cuerpo está cubierto de una gabardina que, para algunos, es como el uniforme de los tipos que luchan contra el mal y se parapetan tras una trinchera impermeable a la refinada perversión de la mente humana a la que se ven obligados a asistir como espectadores con el percutor dispuesto a disparar.
Historia de un detective, por todos estos elementos, fue considerada por la nouvelle vague como el prototipo de película de cine negro, en la que se dan cita todos los elementos arquetípicos del género bajo la cuidada dirección de un Edward Dmytrik que, antes de su acusación y encarcelamiento por el Comité de Actividades Antiamericanas del Senador Joseph McCarthy, realizó unas obras de carácter muy personal que, dentro de la misma disciplina de los estudios, le elevó a la categoría de autor en ciernes. Después de ese triste episodio y de dieciséis meses en la cárcel, Dmytrik decidió declarar ante el Comité y fue liberado para poder trabajar y aunque aún tuvo títulos de relevante interés como la excepcional El motín del Caine, su carrera derivó por derroteros mucho más comerciales, eso sí, incluyendo en todas sus historias algún personaje que, sin venir al caso, tenía un brazo roto, o una pierna lesionada o le faltaba algún miembro, símbolo personal del director como metáfora de la mutilación moral que sufrió al dar el paso de la terrible delación.
En Historia de un detective, la maldad se presenta en todas sus facetas a través de un universo de oscuridad, de sombras sugeridas, de disparos que queman con su pólvora en los ojos, del intento desesperado por preservar la dignidad de quien, sin más quimera que su honestidad, intenta desentrañar de la tierra las mismas raíces de la maldad.
No cabe duda de que no siempre los remakes de películas de altura son una buena idea, pero en este caso sí que cabe mencionar la excelente versión que en los años 70 realizó Dick Richards con Adiós, muñeca, climática adaptación, llena de humo en los ojos y colores propios de las colinas de Los Ángeles, de una historia que no hace más que demostrar con cuánta facilidad podemos enamorarnos de la persona equivocada.
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