viernes, 21 de diciembre de 2012

Escribiendo cine: Las uvas de la ira, John Ford.


Publicada con el mismo título por Alianza Editorial y bajo la autoría del Premio Nobel John Steinbeck.
 
Siempre hay que arañar a la tierra para poder sacar sus frutos…y a menudo lo que se cosecha no es más que un buen puñado de polvo que se introduce en los ojos como intentando extraer el petróleo de unas lágrimas ahogadas durante mucho tiempo. La pobreza es la epidemia, la plaga que hace que unos hombres no sean tenidos en consideración y tengan que buscar, como langostas en busca de campos de trigo, el alimento básico que tan sólo les permita seguir luchando un día más. La tristeza domina toda injusticia. La violencia domina toda tristeza. La desesperación domina toda violencia. Creer que más allá, allí donde el horizonte dibuja su línea en medio del cielo, hay una tierra prometida es el sueño de todos aquellos que ya no tienen nada que soñar. Comer es el salario. El miedo es el día siguiente. Estar allí, con los que sufren, es la quimera de un hombre que sólo le queda el camino de la huida.
 
La inspiración para narrar el negro sobre blanco de una pobreza cada vez más nítida en el dibujo de la vida es sólo propiedad de los que saben captar el momento. Ir hacia delante es lo único que resta para quien no tiene ruedas para volver atrás. El coraje, inmenso e impresionante, de una madre que es capaz de repartir lo poco que queda será el impulso que haga que la rendición sea una palabra desconocida. Unos hombres dan una propina para que una niña tenga unos caramelos (¡qué secuencia de belleza que hoy día se me antoja tan lejana!) y una contestación como “¿y a ti qué te importa?” se convierte en una oración de desafío al destino tan hermosa que apenas se puede tragar en la garganta sobrecogida.
 
Pocas veces el cine fue tan terriblemente demoledor como en esta película que está más allá de ideologías para ser contorno de figuras humanas caminando en medio del polvo y de la desolación. Si viendo Las uvas de la ira no se nos remueven las entrañas es que tenemos muy poco de hombres y mucho de nada. Y en esas entrañas caben también el corazón, la emoción, la lágrima que, cuidado, se desborda y nos delata; la pena, el impulso de hacer algo, de ir un poco más allá para ayudar a toda esa carne que, a nuestro alrededor, clama por un mendrugo de pan trabajado. No basta con la piedad. No es suficiente con las palabras de consuelo que nosotros decimos para que las escuchemos y sentirnos un poco menos culpables. Francis Ford Coppola decía que “una película es capaz de cambiar el mundo”. John Ford, treinta años antes de esas palabras cambió la forma de pensar de miles de espectadores que vieron en esta historia una puerta de realidad y tristeza escondida. Y ahí…ahí…es donde debemos estar. Donde la palabra “necesidad” sea sinónimo de la vida.
 

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