viernes, 28 de septiembre de 2012

Escribiendo cine: El cebo, Ladislao Vajda.

Basada en el libro "La promesa", de Friedrich Dürrenmatt, editado por Terapias Verdes/Navona.
 
No te salgas del camino, niña, que hay ogros en el bosque. Los árboles quieren dibujar las celdas de la Naturaleza en tu sendero y las hojas caídas gritan a tu paso, quebrándose en un gemido de dolor y espanto. Una marioneta sale de detrás de una gabardina y entonces, niña, no es que aparezcan tus miedos. Es que aparecen los miedos de los adultos. Y es mejor no coger esos erizos de chocolate. Acabarán por pincharte el estómago por dentro…
Un policía se sale del camino para atrapar al asesino de niñas. Lo deja todo y la caza comienza a ser su obsesión. En su mirada hay miedo, pero también seguridad. No importa abandonar la placa en algún lugar de la ingratitud y atender una gasolinera en medio de una carretera bastante transitada. Lo importante es llegar al castillo del ogro, identificarle, seguirle, preparar la trampa y ensangrentar las marionetas. Todo es un enorme cuento, grotesco y cruel, un cuento de pánico y de horror. Sangre sin hadas. Huecos de negro.
Y es que, quizá, no todo vale para atrapar al maldito asesino. No vale la obsesión. No vale la constancia. No vale ofrecer una víctima. Los remordimientos aparecerán después, tal vez. Pero el asesino caerá en el mismo lugar donde los árboles son barrotes y el río dibuja su cauce en el suelo como si fuera el surco de un muro. Cuidado, niña, al otro lado está el ogro más feroz que te puedas imaginar. Quédate aquí. Que te vea pero que no te toque.
Así, un buhonero se tropezará con su propia desesperación, un psiquiatra quedará fascinado por un dibujo en el que aparece un mago de espaldas, ofreciendo muerte en bolitas de trufa. Una mujer solitaria y rechazada parece encontrar algo parecido al cariño pero la decepción hará que el paso adelante sea una marcha atrás. Una niña irá corriendo por el bosque, buscando esa alegría que tanto se pierde cuando somos adultos, maravillándose con la piedra desgastada, con la lagartija escurridiza, con las desnudas ramas que se elevan como dedos para gritar la desolación del invierno. Sólo el perro de presa permanecerá paciente, amargado, preparado y herido en su honestidad para atrapar a la fiera. Ríe, niña, ríe. La muerte acecha con voz de cariño.
Las manos del asesino se retuercen en un mar de complejos, de gritos de represión, de vacíos de iniciativa. Parecen gusanos luchando por escapar de una madriguera, inquietos, espasmódicos, huidizos. La tensión se tiene que descargar. Matando. Con crueldad. La misma que el mundo muestra hacia él. Maldito ogro que vives en tu viejo castillo, coge tu carroza y vete. Vete allí donde viven los monstruos y esconde tu magia y tu voz. La tortura es vivir ¿verdad?
Niña, no vuelvas la vista atrás y mira sólo hacia delante. Quizá una mano ensangrentada te hará reír mucho más que unos cuantos gusanos llenos de chocolate.
 

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