SILENCIO EN LA NIEVE
Basada en el libro “El tiempo de los emperadores extraños”, Ignacio del Valle.
“Detener a alguien por asesinato en la guerra es como poner multas por exceso de velocidad en la carrera de Indianápolis”. Esta frase se dijo hace unos cuantos años mientras el Capitán Willard remontaba un río que le llevaba al centro mismo del corazón de las tinieblas. Y en otro lugar de tiniebla blanca y guerra sin sentido hay unos asesinatos que hacen del matar, un enorme absurdo, un error empecinado, una inevitable invitación a la muerte, una liberación ante una derrota anunciada. En tierra de nadie, morir es que la sonrisa congelada no se convierta en una carcajada.
Los vestigios de una honradez que se dejó atrás son la última oportunidad para un policía que huyó para expiar sus pecados y que ahora no es más que un filete más para una carne de cañón asegurada. Los alemanes y su sentimiento de superioridad parecen proporcionar el escenario perfecto para que la locura tenga un orden y el orgullo sea un consuelo sin futuro. Los crímenes se van sucediendo mientras en las trincheras las bombas siguen cayendo pero eso no es un crimen. Eso son órdenes. Y mucho silencio, soldado. Que nadie sepa nada. Que el asesinato sea el escondite de la lógica no quiere decir que tenga que ser propagado a los cuatro vientos. Resuelva el problema con discreción. La patria ante todo. Mira que te mira Dios.
Entre el fuego enemigo, hay momentos en que el calor aparece, deja un beso en las mejillas frías, y se va. Un fotógrafo sigue órdenes y no pregunta. Un sargento ayuda y pregunta. Un buscaminas misterioso advierte y supone. Un soldado que fue inspector de policía intenta encontrar sentido en medio del caos. Los alemanes aborrecen a los españoles. Los españoles vinieron sin nada y sin nada se irán, incluso sin la vida. El correo es la esperanza. Las líneas son huecos en blanco que rellenan una venganza. El asesinato en medio de una guerra. Mira que te está mirando.
Saber más de la cuenta es ir un paso más allá, una candidatura hacia la sangre. La locura lleva al juego de la muerte, a estar al otro lado de una razón enterrada bajo la nieve. Las flores oscuras se dibujan en medio del blanco virgen. El absurdo crece. El mando es la exhibición de una cruz de hierro con arrogancia típicamente española. No busques donde no te importa. No escarbes donde no hay hierba. Mira que te vas a morir.
Y al final, sólo cabrá batirse una vez más. Disparar. Convertirse en presa después de ser cazador. No hay recompensas para el absurdo. Sólo hay desolación. Sólo balas silbando alrededor. Sólo la seguridad de que tus huesos quedarán allí, tendidos sobre la helada llanura. Sólo la certeza de que vas a morir. Mira que no sabes cuándo.
Gerardo Herrero dirige con interés una película que realza su atractivo por el trabajo interpretativo de un Juan Diego Botto que nunca estuvo mejor y que da perfectamente el tipo de investigador y soldado, con una acertada descripción de unos detalles que le definen como hombre; de un Carmelo Gómez intenso y acertado, que no aparta la mirada porque escruta y que sabe cuál es el destino del guerrero; de un Jorge de Juan que se presenta secundario e intrascendente pero que compone un personaje ciertamente inquietante y equívoco, amable y reservado, profesional y preciso; de un Adolfo Fernández tan odioso como impecable, tan autoritario como realista; y de todo un plantel de actores competentes que dan textura al frío y al grotesco asunto que rodea una crueldad más en un mundo cruel. La fotografía, casi en blanco y negro, o en gris y blanco, acentúa la desolación y el abandono de unos soldados que a nadie importan y que sólo estuvieron allí para devolver indignos favores que se bañaron en la vergüenza. Cine de género de nuevo, con un fondo que resulta muy atractivo porque es una parte convenientemente silenciada de nuestra historia y del que apenas se han tenido opiniones sostenidas con una cierta imparcialidad y rigor, hábil en planteamientos, de estilo seguro y de interpretaciones muy ajustadas, hay que guardar un silencio lleno de respeto por un intento que llega a convencer. Sin gritos, sin locuras. Con serenidad.
César Bardes.
http://losojosdellobo.blogspot.com
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