Basada en la novela "Êl Profesor Unrat", de Heinrich Mann, editada por RBA.
Bajar los peldaños de la dignidad es un ejercicio tan fácil como caer. Un día, la vida es metódica, aunque solitaria; ordenada, aunque vacía; pulcra, aunque cuadriculada. Al día siguiente, la vida es una fiera desbocada, un monstruo devorador, una comezón salvaje que te entierra como hombre y te resucita como pasión. Y la pasión no es suficiente si ha cambió sólo se recibe la terrible y más desoladora de las humillaciones. Esas ciudades de fantasía, de casas apretujadas, callejones estrechos y sombras alargadas, poco a poco, se van convirtiendo en ratoneras con espejos en los que se ven reflejadas una enorme y ridícula careta de payaso. Despeinada, patética y tan olvidada que ya no se reconoce a ningún hombre bajo ella.
Cuando todo es tan triste, tan mortecino y la existencia es una sucesión de barroquismos agobiantes y sin sentido, la garganta traiciona y el grito que sale de ella es de dolor, es de furia, es de rabia, es de odio, es de amor, de amor perdido, de amor en espejismo, de amor que sólo fue soñado. Ella sólo come carne fresca y disfruta con el juego de la humillación. Todos sus motivos se basan en eso. En rebajar la dignidad hasta que ya no haya más que asentimiento. Ella, en realidad, es un ángel azul exterminador.
La locura es la única salida. El regreso es la única obsesión. Volver a recuperar lo que es imposible es algo tan impensable como cercano. Aquella mesa con olor a madera. El característico olor a goma de borrar de las clases. El ruido de la tiza estrellándose contra la pizarra. El crujir de las hojas que daban autoridad, falsa autoridad, ridícula autoridad, pero autoridad, al fin y al cabo. El café todas las mañanas. El reloj dando la hora. La muerte siempre puntual. Unos polvos sobre el inmaculado traje y ya la visión se difumina, se torna confusa y el refugio en forma de un amor que no existe y que se presenta bajo el siempre engañoso disfraz del deseo es el principio de la certeza de que no eres un hombre, de que no eres ni medio hombre, de que no eres.
Alemania entre sueños, al borde del nazismo y educando a hombres-niños crueles, sin sentido de la decencia y que luego pretenden dar lecciones de moralidad a través de la acusación y de la incoherencia. Adiós a ese país de rectitud constante y de rigidez obsoleta. Bienvenido al nuevo futuro. Un futuro que no es más promesa que la ruina y la sangre. Emil Jannings lo supo bien cuando, quince años después de esta película, salió por las calles de un Berlín destruido por las bombas con su Oscar en la mano y gritando: “No me maten. No me hagan nada. Me dieron un Oscar” sin saber que eran los soviéticos los que entraban en la ciudad. Profesor Unrat redivivo. Marlene Dietrich se marchó con el director Josef Von Sternberg. “Sin ti, yo no sería nada” y le dijo hasta nunca. Lola-Lola cantando otra vez, recitando su balada de noches de humo y de palabras de engaño. Mientras, él, conocía una y otra vez al fracaso y se agarraba con entusiasmo a la idea de hacer algo que mereciera la pena. El cine tiene estas cosas. Es como la vida sólo que en menos tiempo.
César Bardés
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