DRIVE
Basada en la novela del mismo título de James Sallis, editada por RBA.
La noche parece envolver todos los colores mientras el motor ronronea a la espera de dar un rugido que llame a la velocidad. La mirada en el retrovisor es fría como el hielo y el gesto en el parabrisas es granito en bruto. El volante se quiere insinuar en las manos de quien sabe acariciarlo y el asfalto es una alfombra donde dibujar los derrapes y la aceleración. Durante cinco minutos, el hombre que conduce el coche es nuestro. Un minuto antes o un minuto después, la regla de disponibilidad quedará hecha trizas.
Y es que entre tipos saliendo deprisa y corriendo con bolsas llenas de dinero y el maldito trabajo de especialista en el cine, no ha habido tiempo para más que la soledad con un punto de desesperación. El cambio de domicilio frecuente, el coche siempre distinto, el silencio alrededor. El conductor de marras ni siquiera puede expresar una opinión, no es de su incumbencia, no hay más vocabulario que el del motor y el de la habilidad al volante. Lo demás es palabrería. Lo demás es vacío.
Sin embargo, alguien se cruza en su vida y todo comienza a tener un color distinto. La sonrisa aparece de vez en cuando en sus labios apretados. El disfrute le acaricia con timidez en la mano. Alguien de quien preocuparse. Una aceleración en la vida. El corazón, siempre templado, empieza a latir con preocupantes ruidos en la caja de cambios. Todo es un espejismo porque, en su infinita frialdad, este hombre va a intentar poner en orden la vida de ella. Tal vez porque sólo eso merece la pena. El dinero es secundario. Seguir es prescindible.
La mafia corroe los cilindros y algo sale mal. La sangre sale y lo hace con fuerza. La violencia es terrible. El ajuste de cuentas es necesario. Cuanto más cruel, mejor cuadra. No puede haber retornos. Sin piedad. No hay sueños que cumplir. Sólo queda envolverse en la máscara impasible y hacer lo lógico. Y si hay que derrapar hacia el abismo es mejor llevarse a unos cuantos por delante.
Interesante la película de cine negro que plantea Nicolas Winding Refn con una baza asegurada en la estupenda interpretación, pétrea y segura, de Ryan Gosling en el papel de un hombre que conduce para aquellos que necesitan una fuga rápida y limpia después de un trabajo a punta de pistola. La frialdad que imprime a la mayoría de sus expresiones rayan en una perfección que no deja entrever la reacción posible de ese chofer que está hundido en la soledad y en la indiferencia y que se ha acostumbrado a vivir así. Al fin y al cabo, conducir no es sólo mantenerse en un carril, cambiar a tiempo de marchas y usar el acelerador con tanta precisión como sea posible. El riesgo está ahí.
El semáforo no siempre está en rojo. Y el personaje que interpreta Albert Brooks también es un indicativo de que es mejor no saltarse la señal. Eso sí, si la violencia no les gusta, cómprense un cochecito de juguete y jueguen a los atracos en las alfombras de carretera dibujada en su casa. Es mucho más seguro y no tendrán que apartar la vista.
Con un cierto ritmo irregular, con alguna que otra tendencia hacia la estética de los años ochenta y con un argumento brillante, de novela negra y frenazo en la raya, no cabe duda de que es una película que llega a sorprender al sumergirnos en la noche de la delincuencia y de una vida descolocada y decidida que, de repente, encuentra algo que relaja el gesto y enternece la dureza de unos neumáticos acostumbrados a correr tanto que apenas les queda dibujo. El olor de la gasolina quemada llega a adormecer los sentidos mientras asistimos, sorprendidos, a una carrera que sólo termina allí donde la noche es un inmenso agujero sin final. Y es que quizá no veamos las lágrimas caídas en la calzada, como líneas blancas a lo largo de una autopista donde la última parada es el castigo para el solitario.
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